UN NUEVO CAVALLO


 

Gastón Galli (*) - Especial para Hoy

               El regreso de Domingo Felipe Cavallo al Ministerio de Economía, y los primeros movimientos de su gestión han cosechado una serie de inesperados apoyos. Como por arte de magia los numerosos defectos del cordobés parecen haber desaparecido y su palabra viene a traer tranquilidad a los corazones angustiados por la marcial arenga del Ricardo López Murphy o los grititos histéricos de Daniel Artana. Como siempre pasa con él, Cavallo marca un antes y un después en la vida de la gente. Fernando de la Rúa parece más tranquilo sin tener que tomar ya tantas decisiones y ahora tiene más tiempo libre para pasear con la familia. Chacho Alvarez está desesperado por volver al gobierno que abandonó. Raúl Alfonsín y Carlos Menem se esfuerzan para que suenen medianamente sinceros sus elogios a quien íntimamente detestan. Todos estos buenos augurios, sumados a algunos anuncios que sugieren políticas activas.

               Pero la realidad es bien distinta: los anuncios y medidas son, hasta ahora, fuegos de artificio; no tenemos un nuevo Cavallo (a lo sumo tenemos uno más tranquilo); el verdadero sentido de su ortodoxia es otro y no el que se le adjudica, y decir que se ha convertido en “neodesarrollista” es directamente un disparate.

               Vamos por partes: la suba de aranceles sería el principal argumento a favor del “nuevo Cavallo”. Es cierto que al menos discursivamente rompe con la repetida cantinela de que la industria es prescindible y no merece que el Estado se ocupe de ella. Parece una obviedad pero hay que decirlo: después de más de treinta meses de recesión es indispensable reactivar la industria. Eso es lo verdaderamente urgente (y no aplicar otro ajuste salvaje como intentó fugazmente la gente de FIEL). Ahora bien, aceptado que está muy bien proteger lo que queda de la industria, debemos decir que las medidas tomadas no sirven. Los aranceles no son lo suficientemente altos como para compensar el triple castigo que significa un dólar sobrevaluado, una aduana ineficiente y permeable al dumping y las importaciones que vienen de Brasil.

               Otro tema es la ortodoxia de Cavallo. Desde ya que no es un ortodoxo del liberalismo. Basta un ejemplo demasiado evidente para clausurar la discusión: quien fija por ley un precio fundamental para la economía, como lo es el del dólar, no puede ser considerado un liberal ortodoxo. Pero, justo es decirlo, ningún liberal argentino ha sido ortodoxo en un sentido doctrinario. Federico Pinedo, una especie de patriarca del liberalismo criollo del siglo XX, no dudó en aplicar medidas “estatistas” o “dirigistas” si le parecían necesarias. En cambio sí fue verdaderamente ortodoxo respecto a qué país quería: salvo un coqueteo juvenil con el socialismo, lo fundamental de su vida política transcurrió en el Partido Conservador. En realidad a esa ortodoxia, la conservadora, el Doctor Cavallo también le ha sido sustancialmente fiel (como todos los liberales).

               ¿Qué es los que viene a conservar Cavallo? El modelo económico que él mismo creó, pero que no es otra cosa que una etapa de las políticas económicas que sufrimos desde 1976. Cualquier estadística que se mire nos muestra que desde ese año el producto por habitante decreció, que la tasa de inversión cayó, que el salario se desplomó y que la desocupación y la subocupación aumentaron sistemáticamente. Innecesario es decir que la distribución de la riqueza es hoy la peor de la historia argentina. La convertibilidad no sólo no afectó esa tendencia sino que la acentuó. Y nada de lo hecho hasta ahora nos permite conjeturar que Cavallo abandonó su ortodoxia.

               Para el final queda el “neodesarrollismo”. El discurso predominante en la economía argentina desde hace veinticinco años reclama menos intervención estatal y más mercado, reducción del consumo, “flexibilización laboral”, apertura de la economía, privatizaciones. Tan instalado está este discurso que toda expresión que se aparte aunque sea un poco se destaca y se convierte en “medidas activas” o “neodesarrollismo”. Ya le colocaron el mote a Nicolás Gallo por proponer apenas la realización de un plan de obras públicas. Esto tiene tanto que ver con el desarrollismo como la ejecución de bombos con el peronismo: es una parte, pero no la principal. El desarrollo económico significa una economía integrada, crecimiento de la producción industrial, producción agropecuaria tecnificada, mayor productividad, distribución de la riqueza más equitativa.

               (*) Integrante del Cepade (Centro de Estudios para el Desarrollo)

 


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