¿QUE FUTURO NOS ESPERA SI NO CAMBIAMOS LA REALIDAD?


 

Gastón Galli (*) - Especial para Hoy

               Conocer el futuro es, junto con volar, un anhelo eterno de la humanidad. Desde tiempos inmemoriales los hombres buscan indicios para saber qué forma tendrán las cosas por venir. La Biblia nos dice que José ganó la confianza del Faraón reconociendo el futuro en sus sueños. Los profetas del Antiguo Testamento solían padecer destinos miserables. Julio César recibía todos los días precisos informes elaborados por “expertos” en leer las entrañas de las aves o las formas de las nubes, hasta tal punto que el novelista Thornton Wilder le hace decir “Yo, que gobierno tantos hombres, soy gobernado por pájaros y truenos”. Adolf Hitler recibía consejos de Astrólogos, lo que llevó a los Aliados a hacer lo mismo, para tratar de conocer qué podían estar diciéndole al Dictador alemán. Mas cerca en el tiempo, Ronald Reagan consultaba muchas de sus decisiones con una parapsicóloga. Aparentemente lo mismo hacía (o tal vez aún hace) Carlos Menem.

               El conocimiento del futuro determina las actitudes políticas de un grupo. Desde los jóvenes que se lanzaban a hacer la revolución por creer a los intelectuales que vaticinaban en el futuro al socialismo, hasta cualquiera que acepta una candidatura amparándose en encuestas que lo señalan como inminente ganador, todos necesitan alguna certeza para entrar en acción. En estos tiempos, sobre todo, no hay político importante que no mida por encuestas cada paso que da, por miedo de quedarse afuera del futuro.

               Por supuesto que la mirada al futuro que nos puede dar un encuestador se limita a lo más inmediato. Arturo Frondizi decía que un estadista era aquel político que piensa en las próximas generaciones y no en las próximas elecciones. No resulta difícil pensar, si aceptamos esta caracterización, que no abundan los estadistas.

               Esta carencia es mas grave de lo que parece. Un dirigente político tiene que ser distinto al resto de las personas. Así como un médico se diferencia de los demás porque se ha preparado para curar las enfermedades, el político debería ser aquel que está capacitado para enfrentar los problemas de una comunidad, diseñar las soluciones, ofrecer un futuro mejor y convencer al resto de la comunidad, generando un consenso que lo lleve al poder para realizar aquello para lo que está preparado. Hoy, sin embargo, puede uno dedicarse a la política con posibilidades de triunfar, haciendo lo que las encuestas dicen que se debe hacer para mantener la popularidad. Necesita, eso sí, ser presentable ante los medios. Muchas veces nuestras elecciones se parecen mas a un “casting” para elegir un galán de teleteatro o un animador de televisión que a una compulsa de proyectos. Muy patético fue, en este sentido, que en la propaganda que mas recordamos de la última campaña presidencial, el candidato finalmente triunfante se preocupaba por dejar claro que no es aburrido.

               Todo esto es consecuencia de muchos factores, pero fundamentalmente es el resultado de aceptar la ideología de los que proclaman la muerte de las ideologías. Pensar que las ideologías han muerto es renunciar a ver el mundo con miradas diferentes, es resignarse a que la realidad no puede ser transformada y que el futuro es tan irrevocable como el pasado. Si pensamos que ya nada puede ser distinto, lo único que nos queda es buscar los mejores técnicos para “administrar” y algún señor que nos resulte simpático para ser Presidente. No se puede hacer otra cosa porque el futuro ya está escrito y, sobre todo, ya lo conocemos. La política como arte de transformar la realidad pierde su sentido y se convierte en una variedad del marketing.

               Ahora bien ¿cual es ese futuro inevitable que nos proponen? Si renunciamos a cambiar las cosas, debemos asumir que todo marcha en la dirección correcta y que las tendencias que hoy vemos son las delinearan nuestro futuro. Creo que una sola de estas tendencias es suficiente como para preocuparnos: la tendencia hacia la concentración de la riqueza, que cada día se agudiza. Según datos de “The Economist”, en Estados Unidos, el 20% más rico tenía, en 1969, ingresos 7.5 veces más altos que el 20% más pobre; en 1994, la diferencia aumentó a 11 veces. En un reciente trabajo sobre la pobreza, el historiador Waldo Ansaldi dice que: “En América Latina, según datos de la CEPAL y el PNUD, los pobres eran, en 1970, el 40 por ciento de sus habitantes, mientras en 1990 ascendían a 46% o, para decirlo, menos elípticamente, 196 millones de personas, cifra que en 1996 subió a 210 millones.”

               Quienes dicen que nada puede cambiar nos ofrecen ese futuro. Claro que no lo mencionan muy seguido. Tal vez mi memoria falle, pero no recuerdo ninguna campaña publicitaria exaltando las virtudes de un mundo con más pobres. ¿Será, tal vez, que quienes defienden este futuro son aquellos que se benefician con él? (*) Integrante del CEPADE (Centro de Estudios para el Desarrollo)

 


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