LA RELACIÓN CON BRASIL: EXCUSAS Y LAMENTOS


 

Oscar Garay (*) - Especial para Hoy

               A la hora de hablar sobre la relación con Brasil, o bien de justificar determinadas políticas tanto estatales como empresariales que terminan por perjudicar a nuestro país, no puede dejar de oírse la inevitable referencia a la supuesta escasa envergadura del mercado local, la cual sería un obstáculo para la expansión tanto de las empresas como de la economía argentina en general.

               Es cierto que el tamaño de ambos mercados no es la única razón que se intenta hacer valer en orden a mantener una situación que siempre se quiso ocultar pero, como puede verse ahora, era insostenible desde el comienzo. Existen además referencias a subsidios, ventajas impositivas y menores costos de insumos y servicios, con especial referencia al “insumo” trabajo.

               Últimamente tampoco han faltado en los discursos políticos nacionales la formulación de ciertos cargos contra el Brasil de orden psicológico o moral, con abundantes y amargas quejas sobre la supuesta maldad y desconsideración en el tratamiento hacia el vecino y socio del sur. Evidentemente no se ha tenido en cuenta que, como se sabe desde hace mucho tiempo: en las relaciones entre naciones la psicología no tiene cabida y que, mas que cuestiones morales, los que hay en juego son descarnados intereses.

               Estos planteos merecen un análisis objetivo y critico, para no mezclar cuestiones sentimentales que transformen lo que debiera ser materia de análisis político en un inútil llanto tanguero que impida encontrar respuestas que son impostergables.

               En lo que se refiere al supuestamente pequeño mercado Argentino, tomaremos como referencia a dos países que tradicionalmente se han comparados con el nuestro por poseer desde comienzos del siglo y hasta fines de los años 30, estructuras productivas y demográficas de alguna manera comparables.

               Desde este punto de visto podemos decir que los 37 millones de habitantes de nuestro país con bastante más que los 30 millones de Canadá y mucho mas que los 19 millones de Australia. Sin embargo Canadá triplica y Australia duplica largamente el Ingreso Per Capita, en comparación con la Argentina.

               Este solo dato debería llamar a la reflexión para no recurrir a frases hechas o, más que ello, a razonamientos intelectualmente cómodos pero que encubren la verdadera esencia de los problemas.

               La Argentina no está condenada por el mero hecho que Brasil cuadriplique su población. La Argentina tampoco está condenada porque el estado federal brasileño lleve adelante una política interior y exterior soberana, o porque los estados federados apliquen exenciones impositivas, subsidios a las exportaciones o porque los costos de los insumos sean menores. La Argentina estará condenada, con o sin acuerdos de por medio, si continua un intercambio comercial que consistente en exportar un 45% de productos primarios con bajo o nulo valor agregado e importar un 10% de productos de la misma característica. Esto es, petróleo y cereales por maquinarias y acero. Este no es un hecho fatal de la naturaleza o la demografía, esta relación podría cambiar de existir voluntad política en tal sentido.

               Lo que si condenará a la Argentina es la falta de imaginación y la pereza intelectual para dar a la economía en general, a las empresas y a los trabajadores las condiciones para neutralizar y superar las aparentes ventajas que ofrece Brasil. Es más cómodo quejarse de la maldad del vecino que buscar soluciones mas allá de pactos que, como la experiencia ha enseñado, no aparecen como una prioridad para una de las partes.

               Por el contrario, la superación de los conflictos y contradicciones en la relación tanto con Brasil como con el resto del mundo deberá pasar por una política de desarrollo firme, sostenida y que no deje de lado el mercado interno. Existe margen de acción para ello si no se persiste en ligaduras a esquemas ideológicos y económicos probadamente intentados durante mas de diez años y fracasados.

               Sin embargo, el rumbo que se señala en modo alguno implica pensar que el fin de la recesión, el logro de un equilibrio en la relación con Brasil o el freno del éxodo de empresas hacia ese país pasará por tornar a un discurso maquillado, como hubiera dicho Arturo Frondizi, de un nacionalismo de medios, bañando de inseguridad jurídica las relaciones comerciales internas y externas o amenazando con medidas impracticables (puesto que provocarían un daño mucho mayor que el que se quiere evitar) como denunciar el Tratado de Asunción.

               Aceptando la necesidad de un replanteo de las relaciones dentro de MERCOSUR debe tenerse muy presente que las soluciones no están en Brasil ni en otro organismo supranacional. Por el contrario, es aquí donde deben ser buscadas y encontradas, solo que para ello se requiere una alta dosis de realismo y autocrítica, comenzando por reconocer quince años de errores que abarcan a los gobiernos que encabezaron Alfonsín y Menem, e integraron sin alzar su voz algunos de quienes hoy pretenden alzar banderas de un nacionalismo, cuanto menos, primitivo.

               Para superar estos es imprescindible, en principio, derribar frases hechas y esquenas intelectuales que no han sido debidamente pasados por el tamiz de la crítica, y luego recurrir a una política económica activa y realista. Esto quiere decir que deben adoptarse medidas concretas cuyo norte sea el fomento de la inversión de riesgo, tanto nacional como extranjera, de la producción, el estímulo a las exportaciones, al mercado interno y al empleo. De no ocurrir esto continuaremos por el largo sendero del lamento mientras las tendencias de hoy se profundizan, dejando secuelas de difícil superación independientemente de nuestro destino en el Mercosur.

               (*) Integrante del CEPADE (Centro de Estudios para el Desarrollo)

 


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