LA IRONÍA DE LOS LIBERALES ESTATISTAS


 

Gastón Galli (*) - Especial para Hoy

               Una de las formas de la ironía – según Jorge Luis Borges- consiste en la “inversión incondicional de los términos”. El escritor suministra varios ejemplos, como el médico acusado de profesar la contaminación y la muerte; el escribano, de robar; el verdugo, de fomentar la longevidad, etc. Es difícil no sospechar alguna intención irónica en ciertas actitudes en las que se invierten los roles de manera sorprendente y desconcertante.

               El primer lugar entre los que invierten sus roles, lo merecen los economistas, en particular aquellos que se jactan de ser liberales. Estos peculiares defensores de la no intervención del Estado en la economía, rasgan sus (siempre elegantes) vestiduras en defensa de la convertibilidad, que no es otra cosa que la fijación por parte del Estado de uno de los precios mas influyentes de la economía. Cualquier sugerencia de abandonar esta paridad es tomada como un síntoma de la irresponsabilidad propia de “políticos”, seres inmorales que sólo buscan halagar los caprichos de la gente común y no los austeros requerimientos del “mercado”, entidad metafísica que, según se dice, “vota todos los días” (no como nosotros, que debemos conformarnos con hacerlo cada dos años).

               Todo debe entregarse en el altar de la convertibilidad, para no alterar la frágil paciencia o la eterna desconfianza de “los mercados”. Cualquier concesión es insuficiente, cuando el objetivo es bajar el “riesgo país”. Las inversiones vendrán a raudales, pero sólo cuando les podamos garantizar la posibilidad de echar empleados gratis, no realizar aportes jubilatorios o evadir impuestos más modestos.

               Durante años los escuchamos decir que los dos grandes males de la economía argentina eran la inflación y la existencia de empresas estatales. ¿Y ahora? ¿Cuáles son los males que nos impiden despegar? ¿Acaso lo desmedido de los sueldos o las jubilaciones? ¿La delirante idea de tener una jornada laboral de ocho horas? ¿La pretensión de que todos paguen impuestos?

               La gran victoria de los liberales es haber convertido ciertas cuestiones en verdades indiscutibles. Una de ellas es considerar al gasto publico como un enemigo a destruir. Incluso puede uno escuchar que bajar el gasto publico es la condición indispensable para salir de la recesión. Acertadamente dijo hace pocos días un economista que si Franklin Delano Roosevelt hubiera pensado así, los Estados Unidos aún no habrían salido de la crisis del 30. Pero la demonización del gasto publico es tan grande, que es necesario apresurarse a declarar que uno se opone al gasto irresponsable, so pena de ser considerado poco serio, ignorante o demagogo.

               La cuestión pasa por los objetivos y los medios para lograrlos. Confundir unos con otros es un error tan común como peligroso, por lo que es bueno buscar el punto de partida correcto. El objetivo de la política económica no puede ser el equilibrio fiscal o el mantenimiento de la convertibilidad. El gasto publico o la cotización de la moneda no son otra cosa que herramientas con las que cuenta el estado para cumplir sus verdaderos objetivos, los que nuestra constitución resume como constituir la unión nacional, afianzar la justicia, consolidar la paz interior, promover el bienestar general y asegurar los beneficios de la libertad.

               Cabe entonces mirar las cosas desde su correcta perspectiva: el objetivo de la política económica no puede ser el mantenimiento de la convertibilidad. Esta sólo debe ser mantenida si es una herramienta eficiente. Lo mismo pasa con el gasto publico, y con cualquier otra herramienta. Lo preocupante es que el precio de mantener la convertibilidad es la recesión, con lo que todo se cofunde: convertimos una herramienta en un objetivo, para el cual actuamos directamente en contra del que debería ser el verdadero objetivo. Borges perfectamente podría agregar este ejemplo a su lista.

               Es muy curioso que todas las decisiones de la política económica se encaminen con un objetivo tan equivocado, en un gobierno que tiene cuatro economistas entre sus ministros, además del hombre que hace (pero no actúa con) Inteligencia. Es curioso, pero no sorprendente ni novedoso. Es simplemente el resultado de haber comprado como verdaderas ideas o proyectos lo que no es mas que el catálogo de reclamos de los grupos económicos. Otra ironía más de los que protestan contra las intervenciones del Estado pero le exigen permanentemente que defienda sus intereses.

               (*) Integrante del Centro de Estudios para el Desarrollo (CEPADE)

 


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